No te escribiré los versos más bonitos, y lo haré adrede, para dejar un margen a que tú aún lo seas: la más bonita. Tú entre todas las presentes siempre. Dejaré de ser perfecto, para ti, y para ti seré perfecto aún así; en ello basaremos el descuido en que nos amamos casi cada vez. *Por cierto, te escribiré los versos que me dé la gana.
Hace escasas horas soñé que visitaba a un amigo fallecido en un fatal accidente.
Y como sucede en estos sueños en que recobras algo de consciencia caí en la cuenta de que soñaba.
Me pregunté si tal vez un filamento concreto de algún quark de la más miserable partícula subatómica que se halle en mí pudo viajar en el tiempo, atrás, para que yo pudiera hablar con mi amigo.
Me pregunté si tal vez fuera remotamente posible que cambiase algo nuestro presente que yo le advirtiera de su muerte próxima en aquella dimensión, en aquel intangible tiempo pasado.
Lo hice. Le dije que moriría joven.
Al despertarme di gracias al universo por mi presente tal cual lo había dejado, y recordé que, de manera muy consciente también y por lo que pudiera pasar, no le dije ni como ni cuando.
Y es en días como los de hoy que entiendo los versos malos de mis poetas preferidos. Cuando se reiteran en sus inviernos, y todo eso…
Todos festejando cualquier cosa, y yo, cansado de existir (de tener razón siempre) entre ellos, vuelvo a casa. Mientras suene Jeff Buckley por encima de mi esquizofrenia y los profesionales no me hagan soplar todavía creo que pueda escribir algo antes de irme a dormir, aunque sea esto mismo.
Tengo más sueño que inspiración y un interrogante ególatra: ¿serán estos los versos malos del poeta preferido de alguien? (11-1-2015)
Espero en el fuego a que las cosas sucedan. Y sucedo yo entre las cosas. Arropado en mis llamas. Acurrucado en la espera, propagando el eco de la eterna búsqueda infructífera de algo: lo que sea. (2014)
A veces quiero que todo el mundo sienta mi dolor antes de ahogarlo, la desesperación de mi ardor. La gente no admira mi don sino la sutileza con la que hice un árbol, luego otro... y así un bosque vasto. Mi bosque no es famoso. También tengo ego, igual que los mediocres, no puedo pasar por alto mis entrañas, me debo a ellas. Y sé que si mi bosque se incendiara llamaría más la atención. Quemar las hojas una a una, debe ser mi única disciplina.
Los pájaros que tengo en la cabeza son la inercia virgen de lo ingenuo, y cantan para mí cuando estás triste.
Cantan olvidando que olvidaron el eco de ucronías desbocadas, infinitas, las raíces de mis sueños ancladas a la carne de la insólita pared de las pinturas de otro tiempo.
La cruz cóncava del Cristo del ingenio frustrado, que se ahoga en versos fátuos, es también la mía.
Imagínate si pesa esta cruz, amiga, que nada de lo que lees ahora es verdad, y nada de lo que escribo es mentira.
Los pájaros que duermen en mi pelo son la base inocua de mi insomnio, la sencillez de la maraña infranqueable de las nadas incesantes que poseo. (2013?)
No es imperfecto nuestro lenguaje sino incompleto. Y tampoco incompleto sino incapaz.
Lo que yo identifiqué -hace tiempo- como Hip hop es increíble, por eso me alegro de que lleguen mis lágrimas, con cuentagotas, a buen puerto (lágrimas, gotas, puertos…) una vez asumido que jamás lo hará el mensaje en sí.
Es triste averiguar que con mi amor sucede el mismo fenómeno.
Es penoso deducir que, si amo aquello con lo que me identifico, sigo siendo, a fin de cuentas, un ser amoroso y egoísta. Un ser desequilibrado: un ser humano.
Lo qué siento. Lo qué sea. Dónde llegue. Lágrimas. Gotas. Puertos.
Me cuesta vivir sin salir de casa por la noche. Me cuesta salir de casa por la noche sin fumarme un cigarrillo. Me cuesta fumarme un cigarrillo sin beberme una buena copa. Me cuesta beberme una buena copa sin emborracharme. Me cuesta emborracharme sin consumir otras drogas. Me cuesta consumir otras drogas sin llegar a casa a las tantas. Me cuesta llegar a casa a las tantas y no escribir alguna cosa. Me cuesta escribir alguna cosa si no hay nada nuevo que contar. Me cuesta tener algo nuevo que contar si no vivo. Me cuesta vivir sin salir…
Cuando alego vicio a falta de imaginación me refiero a eso. Cuando escribo porque sí es otro cantar.
La razón por la cual todos buscamos a Dios es, precisamente, que es de las causas improbables la más justificable; paradójicamente la menos justificada.
Este vínculo que yo establezco hoy, aquí, contigo, es eso: Dios. Uno al que rezo, al que no sabría justificar, improbable, justo y paradójico.
Dedico todas mis horas perdidas a los faros intermitentes con nombres de mujer que abracé hasta arder en llamas, buscando a Dios en las escamas de este pez inadaptado que es mi edad, que es mi locura.
Buscando a Dios pereceré algún día, no para encontrarme con él, más bien para entender su ausencia, su esencia, su no existencia injustificable.
Me contó que veían nuestros bailes como a la expresión física de las inquietudes,
en todas sus variantes, los movimientos espasmódicos que reflejaban nuestra
impotencia más humana, los giros alocados eran sin duda nuestra ira, no sólo mera
exposición de una habilidad trabajada con empeño, que también, además de un
ejercicio físicos riguroso y completo. Me dijo que el rap era la representación de
nuestra intelectualidad, improvisando rimas entrenábamos nuestras capacidades
neurolingüísticas, enfrentarse a una multitud como maestro de ceremonias ponía a
prueba nuestra inteligencia social, y escribir versos reivindicando una situación
vivida o incluso a nosotros mismos era un ejercicio vital que todo ser humano que
se precie debía practicar alguna vez. Insistió en que el graffiti era nuestro espejo
del alma, la disciplina más gráfica del abanico, decía que escribir nuestro nombre
en grande formaba parte de nuestro más primitivo deseo de autoafirmación, así
como las firmas en los bombardeos, nuestro irrefrenable anhelo de hacernos notar,
de hacer constar una identidad, la nuestra, de marcar el territorio, como cualquier
animal. De los djs hablaba como de seres todopoderosos, artífices privilegiados con
una responsabilidad íntimamente ligada a los demás elementos, ellos controlaban
el tempo, la música que a todas horas sonaba para todos, los breaks monótonos y
funkys, los loops hipnóticos de baterías que nos procuraban el trance, el bombo y
la caja, recordándonos con el dominio del scratch que sonaremos en ambos
sentidos, por siempre, que estos tiempos eran nuestros.
La diferencia que ante todo
hay entre la soledad de un faro y la de su torre es que la primera torre tiene
en frente el mar, emite una luz intermitente intensa y existe para ser visto;
la segunda torre, la suya, en cambio, tiene en frente un bosque del que se
espera quietud, y su propósito es sencillamente opuesto: observar.
Tan egocéntrico soy: Me di cuenta de que nunca me enamoré de una sola mujer, sino de los momentos que viví con ellas, del tiempo que existimos de aquella forma, de mi manera de mirarlas. (12-7-13)